Homilía Jueves Santo
Por D. Luis Salado de la Riva.
EL TESTAMENTO DE JESÚS
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene siquiera donde reclinar la cabeza». (Mt 8, 20)
Pues sí, aunque nos pueda parecer un poco exagerada esta afirmación de Jesús, en el Evangelio se constata que el patrimonio material del Hijo de Dios era nulo. Absolutamente nulo. No tenía ni casa, ni joyas, ni ahorros, ni siquiera tenía un animal como medio de transporte (el Domingo de Ramos, pidió prestado un borriquillo para montarlo). Como solemos decir nosotros, estaba en el mundo a la cuarta pregunta, «con una mano delante y otra detrás».
Pero a pesar de esa pobreza material, Cristo dejó una importantísima herencia para los suyos. Sin ningún género de dudas, la herencia más rica que nadie nunca haya podido ofrecer a sus sucesores. Un Jueves como este, el primer Jueves Santo, y ante la inminencia de su muerte, el Señor hizo testamento. Pero como no tenía nada suyo para sus herederos, se dió Él mismo. Ese es el testamento de Jesús, dar su propia persona. No dió nada ajeno a Él, sino que se nos dió por completo, sin trampa ni cartón.
En esta tarde de Jueves Santo, y como privilegiado heredero de Jesucristo que eres, te invito a que medites y agradezcas los tres regalos tan bonitos que Cristo te dio con ocasión de su muerte.
– El primer regalo que Jesús nos dejó es el Sacramento de la Eucaristía. A través de ella, tenemos garantizada su presencia real en medio de nosotros. Con la Eucaristía se hace efectiva la promesa que Él mismo formuló en Mateo 28, 20 «Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos».
– El segundo regalo que Jesús nos entregó es su Amor. Seria espantoso que Cristo se hubiese quedado con nosotros en la Eucaristía, pero como un juez implacable que nos amedrentara y castigara.
El lavatorio de pies, que Jesús realiza a sus discípulos en la Primera Eucaristía de la Historia, es el compromiso de que no sólo estará realmente presente en el sacramento eucarístico, sino que además, lo estará, siendo amor incondicional para todos y cada uno de los hombres. Como aquella canción que me enseñó el primer compañero sacerdote y maestro con quien tuve la suerte de trabajar en mi primera Parroquia en Sanlúcar de Barrameda, D. Luis Núñez, «Donde hay caridad y amor, allí está el Señor».
– Y el tercer regalo con que Jesús completa este testamento prodigioso, no es otro que la institución del Sacramento del Orden. Un don inmerecido para quienes lo ostentamos, pero imprescindible, no sólo para la Iglesia, sino para toda la humanidad,
que a través de los sacerdotes puede seguir hoy experimentando la permanente Presencia y Misericordia de Dios. Cada sacerdote es el testimonio de que Cristo sigue siendo fiel con nosotros. Allí donde hay un sacerdote, hay otro Cristo.
Hoy Jueves Santo, cuando escribo estas líneas, tengo presente a esos casi 100 sacerdotes que han muerto víctima del coronavirus en Italia. Sacerdotes que como Cristo, no tuvieron miedo a ponerse a lavar los pies de aquellos que les necesitaban, aunque ese lavatorio les haya costado la vida. Descansen en paz, ellos y cuantos están perdiendo la vida en estos aciagos días.
Jueves Santo. Día para dar gracias a Dios, por lo que hemos recibido en herencia de Cristo. Cada uno de nosotros somos herederos de este testamento de Cristo. El testamento más suculento de la Historia, ya que en cada Eucaristía, en cada acto de amor y en cada sacerdote, Cristo mismo se sigue haciendo presente, actualizando ese «y sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos»
Luis Salado de la Riva