LA MUJER EN LA HERMANDAD.
Quizás cuando leáis este artículo el 8 de marzo, día de la mujer, haya pasado. Los medios de comunicación nos han saturado de mensajes, algunos necesarios para cambiaractitudes incorrectas que aún existen en nuestra sociedad,y otros de carácter más politizado o interesado. Quizás no hayáis tenido la oportunidad de ver, en estos días, ejemplos reales de las funciones y las tares que en instituciones de carácter religioso, realizan las mujeres. Desde el principio del cristianismo fueron muchas las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida, tomando muchas veces un carácter protagonista.Recordemos a la suegra de Pedro, la mujer que tocó el manto de Jesús, la hija de Jairo, la mujer de Nairo o a la mismísima María Magdalena. En la vida de Jesús la mujer siempre ha sido puesta como ejemplo de fe, como modelo de trabajo o como persona de valor. Históricamente también han existido destacadas mujeres en la Iglesia Católica, desde Paula seguidora de San Jerónimo y fundadora del primer convento de mujeres en Belén, pasando por Santa Hildegarda de Bingen, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Santa Rosa de Lima y tantas otras hasta llegar a la Madre Santa Teresa de Calcuta.
Precisamente de Santa Rosa de Lima, San Juan Pablo II dijo que su vida sencilla y austera era “testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio”.
Pero para apreciar el importante papel de la mujer en la iglesia y más concretamente en la iglesia doméstica que representan también nuestras hermandades y cofradías, no tenemos que recurrir a grandes doctoras o a eminentes ejemplos. En nuestra hermandad la mujer siempre fue símbolo de respeto, de confianza, de compromiso, de colaboración, de entrega, de sacrificio, de alegría, de intuición, de trabajo y de elegancia, pero también de saber hablar y de saber callar, de saber estar y de saber esperar, de saber contenerse y de saber rebelarse.
La mujer cofrade en general y la mujer de la hermandad del Desconsuelo en particular, es el pilar sobre el que se sostiene esta institución religiosa. En su condición de esposa, hija, novia, hermana, nieta, abuela o madre han construido desde hace más de trescientos diez años la base de lo que hoy somos. No olvidemos que desde la primera fila o desde el anonimato, ellas siempre han estado ahí. Son capaces de tomar decisiones desde el seno de una Junta de Gobierno o invitándonos a ver la realidad y la conveniencia de cada iniciativa que tomemos. Son ellas, no lo neguemos, quienes de verdad forman el cortejo procesional de cada Martes Santo, y si no que se lo digan a todas las que año tras año consiguen que más de la mitad del cortejo pueda disponer de una túnica para hacer su Estación de Penitencia. Son ellas las que desde niños nos enseñan a rezar a nuestro Cristo de las Penas y a nuestra Virgen del Desconsuelo, y quienes nos hacen sentir que todo lo que nos pase en esta vida depende de Ellos. Son ellas, en definitiva, quienes históricamente han sostenido esta hermandad, muchas veces contra viento y marea, otras, la mayoría, con la sutileza, la dulzura, la valentía y el cariño que sólo las MUJERES, con mayúsculas, son capaces de imprimir a cada detalle, a cada gesto, o a cada actividad que realizan.
Así pues y siendo por todos reconocido que fue la Virgen María la precursora de esta historia de Salvación que Jesús trajo al mundo, tampoco debemos obviar que la primera mujer que llegó a esta hermandad, allá por 1713, fue María Santísima del Desconsuelo. Desde entonces la historia de la mujer en nuestra hermandad ocupa un papel principal y un carácter protagonista. No lo olvidemos.
FERNANDO MARTÍN DURÁN