Tribuna Libre|| «A nuestro querido Pepillo» por Francisco Zurita Martín
Se llamaba, José Luis Pérez Ramírez pero, para todos los que lo conocíamos y queríamos, era, simplemente, Pepillo. Su pequeño cuerpo tenía un corazón tan grande que, arrastrando una pierna e inservible un brazo, le bastaba el otro para barrer como nadie los suelos de San Mateo y que el Señor de las Penas y María del Desconsuelo lo vieran relucir como los chorros del oro.
Dicen que los ojos son el espejo del alma y, los suyos, azules como el cielo, dejaban vislumbrar la nobleza y la ternura del hombre bueno que llevaba dentro. Quizás por eso, sus deseos más íntimos los compartía con ese Señor, que por tener atadas sus manos, se valía de la buena de Pepillo para hacer el bien a todo el que lo necesitara.
No hace falta tener mucho para dar mucho, sino ser generoso con lo poco o mucho que Dios nos da. Y Pepillo dio mucho amor, mucha generosidad, mucha entrega y un gran ejemplo de hermano y de cristiano con las limitaciones que un accidente le deparó la vida. Nunca le importó su estado ni esas limitaciones, ni esas circunstancias adversas para dar gracias al Señor de las Penas por todo lo bueno que le había regalado.
Y no hay mejor regalo que pueda una persona recibir en la vida que el cariño y la admiración de los demás, y la fe heredada de sus padres y legada a sus hijos. No hay mejor forma de recibir gracia de Dios que ver esa gracia reflejada en los que siguen su ejemplo amando a Cristo como él lo amaba.
No hay mejor regalo para esta hermandad que tener y haber tenido entre sus filas a gente buena como él.
Hoy, querido Pepillo, tu familia y toda tu hermandad del Desconsuelo tenemos a un ángel nuevo, con ojillos azules que cuida de nosotros allá arriba.
Pídele, querido hermano, al Señor de las Penas que te estará abrazando en el cielo con vuestras manos libres de ataduras y limitaciones, que tratemos siempre de ser como tú para llegar a la Gloria Eterna.
Un abrazo, Pepillo.
Paco Zurita.
Tu hermano mayor.